Diálogo con Fausto Bertinotti
En el año 1991, el final de la Unión Soviética, señala el
fin del mundo dividido en dos bloques contrapuestos. ¿Cómo recuerdas aquel
hundimiento, Fausto?
Siempre he intentado comprender por
qué mis recuerdos de aquel año son tan confusos. No se trata de un banal
proceso de abandono. Son confusos porque me es difícil rastrearlo. En realidad
podría parecer una paradoja porque es un año en el que sucede casi todo; y, sin
embargo, no es así.
Indudablemente, el epicentro es el
hundimiento de la Unión Soviética. ¿Qué sucede, entonces, cuando no se
tiene memoria concreta de un acontecimiento que, según las tesis de Hobsbawm,
clausura el siglo breve?
¿Por qué este verdadero final de un mundo no es perceptible por naturaleza?
Probablemente, para los de mi generación, aquella experiencia la habíamos dado
antes por concluida. El hundimiento de la URSS no produce emoción. Naturalmente,
produce una percepción del fenómeno, pero no una emoción. Por el contrario,
tengo un recuerdo nítido de la invasión de Checoslovaquia: el 20 de agosto de
1968 mientras repartía octavillas en una fábrica textil, en Verbano. Se me
acercó un sindicalista quien me dijo que había tanques soviéticos en Praga.
Inmediatamente me quedé consternado, tuve la percepción de una tragedia. Como
la secuencia de una película: aquello podría ralentizar esa historia. Del
hundimiento soviético no recuerdo nada; tendría que repasar la crónica de
aquellos acontecimientos. Es porque aquello ya se había consumado antes en
nuestras cabezas.
Recuerdo incluso una animada
discusión con Vittorio Foa.
Vittorio sostenía que, con el hundimiento de la URSS , se
abría una nueva era, la de la democracia en el mundo. Yo, por el contrario,
incluso considerando necesario y provechoso aquello para la historia de la
humanidad, no conseguía reconocer una consecuencia mecánicamente
orientada a la liberación; me parecía, sin embargo, que paralelamente se estaba
afirmando un nuevo capitalismo portador de unas inéditas formas de explotación
y alienación. Este juicio se apoyaba en un hecho anterior al hundimiento:
la primera guerra del Golfo. Una guerra de nuevo tipo en un mundo que no se
estaba prefigurando como el reino de la libertad, sino como un nuevo orden de
contradicciones no menos dramáticas que las anteriores.
Causas endógenas y causas exógenas
llevaron a la caída de la URSS. SegúnBruno
Buongiovanni, había más necesidad de Estado (entendido como normas que den
seguridad jurídica, ciudadanos responsables, comportamientos uniformes de las
Administraciones) con respecto a un no-Estado totalitario y arbitrario que se
ha ido consolidando con el tiempo. ¿Compartes esta tesis?
No me convence esta tesis. Creo que
la dialéctica principal para analizar la historia de la URSS no es la de Estado-mercado-sociedad
civil, sino otra: entre “socialismo o no”. Yendo por lo derecho: en mi opinión,
había más necesidad de socialismo, no de menos socialismo.
La opinión de Buongiovanni es una
crítica propia de la escuela liberal. Se quiere afirmar substancialmente que en la URSS faltaba el estado de derecho: ausencia
de elecciones y de pluralismo político, inexistencia de las libertades de
prensa y religiosa. Son unos temas a los que soy muy sensible y no los miro con
ninguna arrogancia. Pero no me parece el filtro prevalente para analizar
aquella experiencia. Para sacar buen provecho, el filón crítico de
Buongiovanni estaría conectado a otra tesis: el reconocimiento del carácter
revolucionario y constructor de nueva civilización que representó la ruptura de
Octubre, donde la reivindicación de la superación de la sociedad capitalista y
la afirmación de la revolución propone el socialismo como nuevo orden económico
y social. Reivindico la primacía de esta lectura. En suma, quisiera comprender
sobre qué cosa y cómo se ha encallado la hipótesis revolucionaria. En este
sentido, me interesan todas las culturas críticas que se han movido en la
historia: desde el obrerismo derrotado en Kronstadt hasta las tesis que Trotsky
elaboró contra la burocracia que se transforma en Estado y cancela el empuje de
transformación y liberación. Para entendernos, en la URSS hubo un exceso de estatalizaciónversus la necesidad de socialización, de
socialismo.
En los regímenes del socialismo real
el exceso de estatalización significó incluso una especie de sacralidad del poder. El comunismo,
como sostiene Marcello Flores, fue desahuciado por el Partido-Iglesia, por el paraíso
en tierra a defender con todos los medios necesarios. ¿Se ha traicionado la
revolución de ese modo?
Intentaré diferenciar algunos
aspectos. El Novecento empieza en 1917, y –como sostiene Alain Badiou--
con la precipitación de la Revolución rusa se determinan una ruptura y un
acontecimiento: la innovación de Lenin del cuerpo teórico del marxismo llevará
al nacimiento de un proyecto, de una realidad y una cultura política que
definirán a todo el movimiento obrero. En ese sentido, estamos poniendo la
atención en la derrota que siguió a la escalada al cielo operada mediante la
construcción de un sujeto político –el partido-- que habría debido
materializar la misión histórica del proletariado y de la clase obrera. Primero
fue la escalada al cielo y después vino la derrota.
Los puntos de observación y de
lectura de la derrota son seguramente el partido y los conflictos internos en
el partido. Es decir, afrontar el papel de las luchas fraticidas y de la
represión, que fue advertida por Antonio Gramsci. Lo hizo en su célebre –como
ocultada-- carta al grupo dirigente del partido bolchevique (*). El PCUS,
a través de una feroz lucha interna, pierde progresivamente la posibilidad
histórica de realizar la tarea de la construcción del socialismo. Es la lucha
por el poder: el partido ya no se define en relación al objetivo que persigue
sino por las burocracias que se instalan y deterioran irremediablemente la
posibilidad de realizar la misión. Estas burocracias, como diría Robert Michels,
se van configurando, cada vez más, según la sociología del partido.
Burocratización, pues, pero también esclerotización y transformación de la
ideología como elemento progresivo a elemento negativo, justificativa de la
existencia del partido (una especie de falsa consciencia). Sin excluir el
dominio del partido sobre la sociedad civil.
De un lado, el partido y su
inspiración; de otro lado, el partido que traiciona esa inspiración. La tesis
de Flores estaría cogida con pinzas. Incluso conteniendo un núcleo de verdad,
no explica la derrota. Recordemos que la Iglesia ,
al contrario del comunismo realizado, desde hace dos milenios está conjugando
trascendencia e inmanencia, dimensión ultramundana e intramundana, perspectiva
y realidad, sin haber sido submergida por la historia.
El paraíso no se puede secularizar.
El mensaje evangélico de la Resurrección de la humanidad en Cristo tiene un
carácter mesiánico y de espera. Que es congénito con este proceso, y puede
atenuarse solamente mediante la fundación de la comunidad de los creyentes, o
sea, de la iglesia. Es evidente que Lenin es deudor de Pablo de Tarso. Pero no
hay una transposición tout
court del paraíso en la
tierra. Más bien, es la realización de un sujeto –el partido-- que,
haciéndose iglesia, es conjuntamente una construcción de comunidad,
organización y jerarquía. Jerarquía de una organización y estabilidad de la
jerarquía en la organización.
En este cuadro, es totalmente
inapropiado criticar al partido porque se asemeja a la Iglesia. Hay que criticarlo laicamente por aquello
que es en sí mismo. La semejanza con la Iglesia ,
paradójicamente, debería ser un elemento de fuerza y no de debilidad. La
liturgia es necesaria: un sujeto comunitario tiene necesidad de ello al igual
que todos los procesos revolucionarios. ¿En la Revolución francesa, Robespierre y los jacobinos
no organizaron, acaso, un calendario diferente? ¿No pensaron en una diferente
ritualización? Si se quiere fundar un nuevo orden, sus manifestaciones deben
estar, a su modo, a la altura de la nueva dimensión simbólica. El espacio de la
política no puede, no debe tener solamente el perímetro de la racionalidad.
La política es un gran proceso y su
punto más alto es la categoría de revolución: ésta pone el objetivo más
ambicioso, aunque relativamente, en la historia. Vuelve otra vez el equívoco
del “paraíso en la tierra”, sobre todo si se piensa –con la revolución--
asignar al hombre un objetivo ilimitado, que esté a la altura de evitar su
propio carácter finito. El gran desafío está, pues, en la finitud del hombre:
una finitud que es, simultáneamente, complejidad personal, material,
espiritual, afectiva, de memoria. Por todas estas razones, los elementos que
llamamos simbólicos son parte consciente del proceso revolucionario y del
proceso político. Incluso en el movimiento obrero ha habido demasiada poca
liturgia, demasiada poca capacidad autónoma de auto representación y autonomía
simbólica a excepción de los periodos inmediatamente posteriores de la
revolución. Desafortunadamente, hemos sido mucha curia y demasiado poco iglesia.
Como tú mismo, Fausto, recordabas, la
primera guerra del Golfo es anterior a la desmembración de la URSS. En el debate a distancia entre Norberto
Bobbio y Franco Fortini está el dilema de la relación entre vencedores y vencidos en la historia
que podemos referir a estos acontecimientos históricos. ¿Cómo interpretarías
teóricamente la categoría de la derrota?
Para empezar, distingamos los campos
de las categorías. En un momento concreto de la historia, los términos
“vencedores” y “vencidos” no se aplican con la misma modalidad en el campo de
los vencedores y, simultáneamente, a quienes contestan esa victoria. En la
moderna sociedad capitalista no se pueden utilizar las mismas categorías hacia
quien hegemoniza la organización del poder y, al mismo tiempo, en la discusión
con sus opositores. En el ámbito de los que condenan, la pareja se disuelve de
una sola manera: con la primacía de la victoria. Así como la victoria está
interiorizada en el orden existente, la victoria representa un valor absoluto.
Incluso si se examina críticamente respecto a los medios que se han empleado
para alcanzarla, este proceso no se ha conducido nunca hasta el punto de
considerar algunos medios no utilizables. De esa manera se ha perjudicado el
mantenimiento mismo del orden. Es posible que, en determinadas condiciones, las
clases dominantes rehuyan la guerra, incluso la violencia, pero no hasta
el punto de poner en crisis el orden constituido. En este contexto, la derrota
es un disvalor. Volviendo a Marx, el pensamiento dominante es el pensamiento de
las clases dominantes. Muchas veces, incluso los opositores se han contaminado
de esta cultura política.
Esta cultura política, en los tiempos
modernos, tiene un solo fundamento: más que a Maquiavelo, me refiero al
´maquiavelismo´, o sea, a la vulgata del pensamiento de Maquiavelo. Es la
cultura política, según la cual, el poder es la manifestación efectual de la
política, es decir, la capacidad de perseguir un objetivo mediante la
realización de la eficacia. La eficacia es el terreno concreto de la aplicación
del poder que se invoca desde la política. En el cinismo de las clases
dirigentes, la fórmula de Carl von Clausewitz es la extrema aplicación de esta
doctrina: la guerra como continuación eficaz de la política con otros medios.
La política como ciencia separada y como
ciencia aplicable ha sido el vínculo de esta contaminación, y los oprimidos han
heredado de los opresores una parte de la cultura prevalente. En gran medida
han aceptado las tesis de que, la victoria conseguida de alguno modo, tiene un
valor en sí y la derrota es un disvalor. Lo que es, en sí mismo, una auténtica
cárcel.
Un pensador tan extraordinario como Walter Benjamin explora hasta el fondo esta posible
subalternidad de los opresores en su contraste con los oprimidos. De hecho,
Benjamin propone un terreno analítico que valora incluso la derrota. Benjamin
habla de la rememoración, que no es simplemente el recuerdo o la
memoria, sino una operación político-cultural en la que los que se proponen la
liberación, en el tiempo presente, se reapropian de las razones de los
“vencidos justos” a lo largo de toda la historia. La rememoración, que
explora y da justicia a los vencidos de ayer, debe hacerte aceptar como
hipótesis posible la propia derrota. Prefiere la victoria, pero no hasta el
punto de que la victoria te desnaturalice y aliene. En breves palabras: no se
puede vencer asumiendo las razones de tu adversario
histórico.
Fausto, ¿cómo se sitúa la guerra a la
luz de estas reflexiones?
Sobre este tema tengo que hacer un
esfuerzo mayor para construir discursos metahistóricos. Tengo necesidad de
situar la guerra –y la violencia-- en un tiempo y en un espacio definidos.
Siempre es horrible la guerra, pero se puede abordar si se presenta de manera
diferenciada.
La primera guerra del Golfo es el
abandono de estas tipologías de guerras modernas: políticamente estamos en un
nuevo ciclo y morfológicamente en otro tipo de guerra. Son tres las dimensiones
que la caracterizan. La primera: la guerra tiene como teatro un mundo unipolar
con la substancial connotación imperial de los Estados Unidos. La segunda: es
una guerra que, haciéndola los ejércitos, golpea directamente a la población
para obligar al enemigo a rendirse. Y lo hace –tercera cuestión--
mediante una inédita tecnología que posibilita que el agresor salga ileso del riesgo:
un avión impersonal que golpea un objetivo real. En este sentido, tecnología y
comunicación van de la mano, se funden cada vez más. Por ello, está ausente el
mito del héroe; quien agrede es un arma, no un soldado. Y el arma es la
expresión de la civilización. La muerte de los soldados en las guerras que ha
conducido Occidente son excepciones que se han escapado de la regla. Recuerda
la solemnidad de los funerales de Estado.
De hecho, es la primera vez que se
hace la guerra en nombre de la civilización occidental. Esto disuade la
disidencia, ya sea porque faltan las “retaguardias” del campo amigo que era la Unión Soviética ,
ya sea porque la guerra nueva se presenta en sintonía con las nuevas
tecnologías y las comunicaciones y lenguajes emergentes. Y resurge el tema de
la "guerra justa"; no era justa cuando uno de los contendientes
pertenecía a un bloque determinado, pero es justa cuando está relacionada con
el nuevo orden que ya es unipolar.
Quien se opone a la guerra, incluso
en Italia, está constreñido a un papel de testimonio como aquella pegatina de
los diputados comunistas con Pietro Ingrao al frente, que votó en el Parlamento
contra la participación en la guerra de Irak. De acuerdo, fue un testimonio
pero hoy podemos considerarlo como una advertencia porque captó el núcleo de la
virtualidad devastadora de una nueva tipología de guerra –en un nuevo orden
global-- que se convertirá, a continuación, en guerra de civilización,
preventiva y permanente. Estos veinte años, también gracias a aquel pequeño
gesto de conciencia han hecho nacer nuevos y grandes movimientos por la
paz.
(*) Antonio Gramsci (Buró Político del PCI) Carta al Comité Central del Partido bolchevique. (Nota del Traductor, José Luis López
Bulla)
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