martes, 22 de enero de 2013

EL AÑO 2001




Dario  Danti


Salir de casa a los veinte años es casi una obligación, casi un deber (Francesco Guccini)


Hay un cuadro de Salvador Dalí, Sueño causado por el vuelo de una abeja, que parece una representación de este año, el primero de la nueva década, siglo y milenio. Una abeja le pica al pintor que está durmiendo y ello le inspira. El momento del dolor irrumpe en un estado de inconsciencia. En la obra, el instante del picotazo viene de la punta de una bayoneta que está a punto de atravesar el brazo de una mujer desnuda, que está adormecida en el centro del cuadro. La bayoneta parece que huye de la alucinación; de la boca de un tigre, que –a su vez-- sale de la boca de otro tigre, que tiene la mitad del cuerpo dentro de las fauces de un pez que brota de una granada. Un violento, futuro despertar. Pero, si leemos la escena al revés –es decir, de izquierda a derecha,  de la granada hacia la derecha, desde la fruta al brazo desnudo--  tenemos la sensación de que cada elemento engullido quiere comerse al siguiente. De esa manera la granada vuelve a chupar al pez, que se come medio tigre, que –a su vez— persigue entusiásticamente la bayoneta. Durante el año 2011 los acontecimientos más significativos, con su escalada de ferocidad y violencia, de la misma manera que se persiguen, se subordinan  y se comen los unos a los otros.

<<Cuánta obediencia, cuánta observancia, / la educación que se debe obtener /  entre las paredes que engullen la violencia / tan invisible que no quiere saber. / La intransigencia, la intolerancia / servidas en la mesa traspasan el corazón / de quien te escucha y después sofoca en silencio / vidas reprimidas llenas de honor>>. Eso dicen los versos finales de Gente tranquilla de los Subsonica (*)

Estamos en la periferia de Novi Ligure en un pequeño chalet junto a la avenida Beniamino Dacrata en el barrio del Lodolino. Viven cuatro personas: el trabajo, la enseñanza, la amistad y la iglesia. Siete días después de San Valentin, la fiesta de los enamorados, a las 19,30 horas, la mamma de Erika, Susy, vuelve a casa con su otro hijo, Gianluca. Entre la madre y la muchacha empieza, con toda probabilidad, una nueva y acalorada discusión por los supensos en los exámenes y los temores familiares por las posibles malas compañías de la hija. En la casa están los dos novios, los dos asesinos: Erika y Omar (escondido). El cuchillo  tiene 18 centímetros. El arma llega hasta el fondo.  Serán 40 las cuchilladas infligidas a la mujer: Susy yace de espaldas, los brazos extendidos, el vientre destrozado. Poco después le toca al hermanito, Gianluca, testigo incómodo de lo sucedido. Ha visto, incrédulo y consternado, el asesinato de su madre. Recibe una cuchillada. Gianluca, herido, baja las escaleras que le llevan al segundo piso de la casa. Erika le persigue, le alcanza y le lleva al lavabo con la excusa de limpiarlo y curarlo. El niño busca refugio en su habitación. La música del tocadiscos está al máximo –“a toda pastilla”, como dicen los adolescentes--  pero no es para divertirse, sino para ahogar los gritos de miedo y dolor del niño. Primero le hacen beber matarratas, después lo meten en la bañera llena de agua para ahogarlo. Pero no lo hacen los dos asesinos, y entonces le dan más cuchilladas: 57. Antes de las 21 horas Omar sale de la casa. Después llegan las fuerzas de orden público y el padre que viene del semanal partido de fulbito: Erika cuenta que ha habido un robo y acusa a unos extracomunitarios de lo que ha acabado en tragedia. La confesión involuntaria del asesinato tendrá lugar, dos días después, en el cuartel de los Carabinieri de Novi Ligure gracias a la revelación de un micrófono y una videocámara. Ella tiene 16 años, él 17: Erika y Omar.

<<Un  cromo de Pokemon o una sombra clandestina un crimen / la culpa indispensable para soportar una pesadilla que no quiere  acabar>>. Y vuelven a la mente los versos finales de Gente tranquilla.

El “cromo de Pokemon” es el que te lleva dentro, pero también es la posibilidad que está siempre presente en la vida humana.  Como escribió un lúcido Luigi Pintor, pocos días después de aquello en el manifesto: “las 97 cuchilladas y aquel niño perseguido y ahogado en la bañera de su hermana me son incomprensibles”. Más todavía: “Me da miedo porque me hace pensar que esta ´posibilidad´  está en nuestra naturaleza. Un motivo o una circunstancia pueden, o no, traducirlo en un acto, pero esta ´posibilidad´ existe per se. Reconocerlo podría ser una ayuda, pero es una humillación que rechazamos”. La referencia final del artículo se orienta a la tragedia: “Nos gusta el teatro de Sófocles cuando el coro nos dice, más o menos, que muchas son las cosas tremendas, y de todas ellas la más tremenda es el hombre. Pero, en la vida real, tenemos inconvenientes; seamos más racionales y optimistas; llamemos a esto un llanto griego”.           
     

No he traído el cargador de la batería del teléfono móvil que está descargándose. Me llama Giordano para saber qué ha sucedido en Génova y si se han confirmado las noticias.  No ha podido venir porque se encuentra mal, muy mal. Son casi las seis de la tarde y no sé nada en concreto. Estamos entrando en el estadio Carlini. Es español, no italiano: se llama Carlo y ha muerto por disparos de la policía. Giordano, que me pregunta por Carlo, es el primer recuerdo del G 8 de Génova, aquel de vosotros, G 8; nosotros, sesenta mil.

El primer día, jueves 19 de julio, estamos en la víspera de los trabajos de la Cumbre de los siete países más industrializados del mundo (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá) más Rusia. Es la tarde de la manifestación de los inmigrantes: marchan unas cincuenta mil personas sin incidentes, como una gran serpiente colorida y vivaz. Pero la ciudad está blindada en diferentes áreas. Hay una “zona amarilla” con acceso limitado y una “zona roja” prohibida a los manifestantes: toneladas y toneladas de hierro, cemento, alambradas para impedir las entradas a los barrios … Son unos quince mil agentes de todos los cuerpos: carabinieri, policías de finanzas y hasta los guardias forestales. Los únicos que faltan son los bomberos.

Por la mañana del viernes, en Génova, se desarrollan diversas manifestaciones que se concentran y parten de diversos puntos. Están los trabajadores en huelga y la Rete de Liliput, Legambiente y la Fiom, el Arci y Rifondazone, los Cobas y las Tute Bianche. Son los anti globalización. Llegan también los black bloc que, en la primera tarde –cerca de la estación ferroviaria de Brignole-- se enfrentaron a un cordón de carabinieri lanzándoles cócteles molotov y piedras. Después van a la cárcel de Marassi y siguen enrabiándose. Al mismo tiempo, se tiran piedras contra Forte San Giuliano, sede del comando regional de los Carabinieri. En todos estos casos, muchas grabaciones y tomas fotográficas muestran  una ineficaz, tardía o inexistente intervención de las fuerzas del orden.  Lo mismo para los actos de vandalismo en los alrededores de la piazza Giusti de la primera tarde.  La policía se limita a pasar la información a la central. Los carabinieri no llegan a la piazza Giusti. Se detienen antes del paso subterráneo del ferrocarril que separa corso Torino de corso Sardegna y cargan contra la manifestación autorizada, la de Tute Bianche.  Habían arrancado del estadio Carlini y atravesado corso Gastaldi hasta la vía Tolemaide: el objetivo era la plaza Verdi, querían invadir la “zona roja”. También aquí continuaron los encontronazos. En la plaza Alimonda, a las 17,27, caerá muerto Carlo Giuliani de un disparo de pistola de un carabiniere.  <<Bastardos, habéis sido los que le habéis matado con vuestras piedras>> se grita instantáneamente. 23 años. <<Uno a cero para nosotros>> será el eslogan durante el resto de la jornada.

El sábado es el día de la última manifestación: la que organiza el Genoa social forum, que es la coordinadora de todos los movimientos, sindicatos, partidos y asociaciones  que ha puesto en pie los tres días. Se sale de corso Italia para dirigirse a la zona de la Foce. Son trescientos mil, pero el cortejo se divide en dos. Gases lacrimógenos. Más violencia y más choques, muchos choques. Una de las imágenes-símbolo de la jornada es la cara ensangrentada de un adolescente de Ostia y de Alessandro Perugini, el número dos de la DIGOS [División de investigaciones generales y operaciones especiales, n. del t.] de Génova que le da patadas en la cara al joven, sujetado por otros agentes. Son tantas las responsabilidades de la cadena de mando: sus nombres y apellidos son conocidos por los procesos que se desarrollaron y sus sentencias.

La cadena de mando ordena el asalto a la escuela Díaz en el barrio Albaro que el ayuntamiento ha cedido al Foro social de Génova como media center  y dormitorio.   Algo más que una “investigación” en aquella noche. Es todo un parte de guerra: 80 heridos, tres con pronóstico reservado; 93 detenidos, de los cuales 80 no han sido convalidados por la autoridad judicial. Las acusaciones de asociación para delinquir no han sido admitidas.

La cadena de mando se ha instalado en el cuartel de Bolzaneto. Está repleta de gente: 240, de las que 184 están arrestadas, cinco están detenidos, 14 pendientes de libertad; según algunos testimonios serían en total 500 personas detenidas. De las actas procesales hay acusaciones claras en los choques con las fuerzas del orden: violencias físicas y psicológicas, así como la falta de respeto a los derechos legales de los imputados, obligados a permanecer de pie durante horas con las manos en alto, sin la posibilidad de ir al retrete ni de recibir atenciones médicas. <<Ahora hemos vencido en las elecciones, ganaremos las elecciones>> es una frase repetida en ese cuartel.

Para Amnistía Internacional, el G 8 de Génova ha sido “la mayor suspensión de los derechos democráticos en un país occidental tras la Segunda guerra mundial”. Estos hechos son indelebles, a los ojos del mundo son irrelevantes las decisiones que han tomado los ocho grandes.

<<No suele pasar que en política asistir a un choque donde el mal y la razón están netamente separados en dos campos. Génova 2001 fue eso, pero se resolvió con una amplia victoria de la política mala sobre la buena.>> Es lo que escribió Curzio Maltese en Repubblica.  Por un lado, las ideas de aquel movimiento; por otro lado, la criminalización de aquel movimiento, estigmatizado como heraldo de violencia. Aquellas chicas y chicos perdieron su inocencia: fueron derrotados en toda regla, a pesar de que, en años posteriores, hubo una continuidad de iniciativas y movilizaciones. Se trata de aquellos tres años de los movimientos que la socióloga Donatella della Porta, en varios viajes y conferencias, ha identificado como 2001 – 2001: desde el G 8 de Génova, el Foro Social Europeo de Florencia, las huelgas contra la eliminación del artículo 18 del Statuto dei lavoratori a las manifestaciones contra la segunda guerra del Golfo. Pero queda la huella de aquella herida abierta.

La ferita, así se titula el libro de Marco Amorisio que falleció diez años después de Génova 2001. ¿Un sueño roto de los antiglobalización italianos? <<Con todos sus límites ha sido el movimiento de protesta más lúcido y propositivo de los últimos veinte años. Sin embargo, de aquel verano se recuerdan solamente la muerte de Carlo Giuliani, las violencias en la Escuela Díaz y Bolzaneto. No otras cosas. La violencia eliminó incluso las razones, y quizá algunas de ellas no eran válidas. Lo explica lo que ocurrió después, ampliamente previsto en los documentos del  controvertido G 8. En Punta Vagno se habló del posible estallido de la burbuja financiera, de la crisis de la economía internacional, de la especulación de los productos agrícolas, del agua como un bien a salvar de un proceso de privatización  que hoy tiene plena actualidad. Fueron análisis proféticos, aunque no encontraron soluciones compartidas a los problemas que se plantearon. Pero que indicaban que aquel movimiento no fue una protesta estéril. Todo fue barrido.>> 

¿Y la política de los partidos? Imarisio, y tantos con él, reconoce al secretario de Refundación comunista, Fausto Bertinotti, de haberlo intentado: de encontrarse y contagiarse con los movimientos sacrificando una parte de su historia personal, promoviendo el giro de la no violencia, renunciando definitivamente al comunismo del siglo XX, anunciando que dejaba el testigo a la “generación de Génova” durante el Congreso de Venecia (2005).  Sin embargo, para Imarisio el balance no es positivo, todo lo contrario: <<El único problema era la fecha. Demasiado tarde. La generación de Génova volvió a casa, la transición fue  incompleta.>> Una ocasión fallida (y tal vez no sólo una).                   


11 de septiembre, apenas 50 días después del G 8 de Génova.

<<Me he despertado esta mañana antes de que sonara el despertador.>> Un pensionista vive en un apartamento no muy distante de las Torres Gemelas. La casa está vacía. Este hombre se pasa toda su vida hablando con su mujer y cuidando un jarrón de flores en la ventana. Sus flores estaban ya marchitas, les falta luz. La mujer de su vida ya no está, se murió. Hace las cosas de todos los días. La televisión siempre está encendida. Son las ocho, todavía no hay luz. <<Y Dios hizo la luz.>> Hace las cosas de todos los días. La barba la tiene ya espesa, come, acaricia la parte de la cama que le falta. Los recuerdos, las charlas. <<Los ricos. Un montón de gente que presumen de dinero.>> El derrumbe de las Torres Gemelas inundará de luz el apartamento haciendo resucitar las flores. <<La luz … mira, tus flores… amor … mira.>> Pero ella no está. La decepción. Sean Penn es uno de los muertos de la película 11 de setiembre 2001. Esta historia la ha contado este film.      

Martes. Nueva York. Zona sur de Manhattan, dos aviones desviados de su ruta destrozan las Torres Gemelas, dos rascacielos de 110 plantas. Un tercer avión contra el Pentágono, un cuarto se estrella en Pennsylvania antes de atacar al objetivo. Entre las 8,46 y las 9,43: en una hora. Las víctimas son más de 3.000 de 70 nacionalidades diferentes.

Ha sido Al Qaeda, ha sido Obama Bin Laden. Son los talibanes. En septiembre, el ultimátum; en octubre, los bombardeos angloamericanos. Incluso Italia participa en el conflicto; zarpan de Taranto 1.400 soldados de la operación Enduring freedom.  En diciembre cae el gobierno de los talibanes y Bin Laden huye. Lo matarán las fuerzas especiales de la marina estadounidense diez años después, en 2011, cerca de Islamabad. Sigue la guerra en Afganistán.

Septiembre elimina a julio. La violencia de septiembre elimina la violencia de julio. Muchos han hablado –durante los días del G 8 y de la reacción al hundimiento de las Torres— de episodios de guerra civil dentro de un único orden global. Ya no hay Estados imperialistas en conflicto entre ellos para acaparar los recursos (como el periodo que está a caballo entre finales del siglo XIX y el inicio del siglo XX). Tras el hundimiento del comunismo se ha instaurado progresivamente un único orden global con sus sistemas de control y opresión. Se trata de la transformación del policía en militar y viceversa: está claro con la matanza de Génova, es evidente con los bombardeos a Kabul, Kandahar y Jalalabad. Y las acciones terroristas están dentro de ese sistema, no fuera. Ya no hay un dentro y un fuera. “Policía internacional” contra el enemigo de turno. Así se alimenta la espiral guerra – terrorismo. Es un círculo vicioso: la violencia de la guerra y el terrorismo de la violencia.


Vuelve la violencia como posibilidad: del hombre como individuo, de los hombres organizados. Violencia, al fin (o quizá al principio) significa seguir, sobrevivir.  Probablemente esto es el tema que pone en común todos los acontecimientos de este año. Una cuestión paradigmática. Dejemos que Elías Canetti hable por nosotros: <<El terror suscitado al ver a un muerto se resuelve después satisfactoriamente porque quien mira no está muerto. El muerto yace, el superviviente está de pie como si hubiera habido una batalla y el superviviente hubiera matado al muerto. En el acto de sobrevivir, el uno es el enemigo del otro [ … ]  La forma más baja de sobrevivir consiste en matar.>>           

(*) http://www.youtube.com/watch?v=u09XKqD7BqM [Nota del traductor, José Luis López Bulla]


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