Dario Danti
Salir de casa a los veinte
años es casi una obligación, casi un deber (Francesco Guccini)
Hay un cuadro de Salvador
Dalí, Sueño causado por el vuelo de una
abeja, que parece una representación de este año, el primero de la nueva
década, siglo y milenio. Una abeja le pica al pintor que está durmiendo y ello
le inspira. El momento del dolor irrumpe en un estado de inconsciencia. En la
obra, el instante del picotazo viene de la punta de una bayoneta que está a
punto de atravesar el brazo de una mujer desnuda, que está adormecida en el
centro del cuadro. La bayoneta parece que huye de la alucinación; de la boca de
un tigre, que –a su vez-- sale de la boca de otro tigre, que tiene la mitad del
cuerpo dentro de las fauces de un pez que brota de una granada. Un violento,
futuro despertar. Pero, si leemos la escena al revés –es decir, de izquierda a
derecha, de la granada hacia la derecha,
desde la fruta al brazo desnudo--
tenemos la sensación de que cada elemento engullido quiere comerse al
siguiente. De esa manera la granada vuelve a chupar al pez, que se come medio
tigre, que –a su vez— persigue entusiásticamente la bayoneta. Durante el año
2011 los acontecimientos más significativos, con su escalada de ferocidad y
violencia, de la misma manera que se persiguen, se subordinan y se comen los unos a los otros.
<<Cuánta obediencia,
cuánta observancia, / la educación que se debe obtener / entre las paredes que engullen la violencia /
tan invisible que no quiere saber. / La intransigencia, la intolerancia /
servidas en la mesa traspasan el corazón / de quien te escucha y después sofoca
en silencio / vidas reprimidas llenas de honor>>. Eso dicen los versos
finales de Gente tranquilla de los Subsonica
(*).
Estamos en la periferia de
Novi Ligure en un pequeño chalet junto a la avenida Beniamino Dacrata en el barrio
del Lodolino. Viven cuatro personas: el trabajo, la enseñanza, la amistad y la
iglesia. Siete días después de San Valentin, la fiesta de los enamorados, a las
19,30 horas, la mamma de Erika, Susy,
vuelve a casa con su otro hijo, Gianluca. Entre la madre y la muchacha empieza,
con toda probabilidad, una nueva y acalorada discusión por los supensos en los
exámenes y los temores familiares por las posibles malas compañías de la hija.
En la casa están los dos novios, los dos asesinos: Erika y Omar (escondido). El
cuchillo tiene 18 centímetros . El
arma llega hasta el fondo. Serán 40 las
cuchilladas infligidas a la mujer: Susy yace de espaldas, los brazos
extendidos, el vientre destrozado. Poco después le toca al hermanito, Gianluca,
testigo incómodo de lo sucedido. Ha visto, incrédulo y consternado, el
asesinato de su madre. Recibe una cuchillada. Gianluca, herido, baja las
escaleras que le llevan al segundo piso de la casa. Erika le persigue, le
alcanza y le lleva al lavabo con la excusa de limpiarlo y curarlo. El niño
busca refugio en su habitación. La música del tocadiscos está al máximo –“a
toda pastilla”, como dicen los adolescentes-- pero no es para divertirse, sino para ahogar
los gritos de miedo y dolor del niño. Primero le hacen beber matarratas,
después lo meten en la bañera llena de agua para ahogarlo. Pero no lo hacen los
dos asesinos, y entonces le dan más cuchilladas: 57. Antes de las 21 horas Omar
sale de la casa. Después llegan las fuerzas de orden público y el padre que
viene del semanal partido de fulbito: Erika
cuenta que ha habido un robo y acusa a unos extracomunitarios de lo que ha
acabado en tragedia. La confesión involuntaria del asesinato tendrá lugar, dos
días después, en el cuartel de los Carabinieri
de Novi Ligure gracias a la revelación de un micrófono y una videocámara. Ella
tiene 16 años, él 17: Erika y Omar.
<<Un cromo de Pokemon o una sombra clandestina un
crimen / la culpa indispensable para soportar una pesadilla que no quiere acabar>>. Y vuelven a la mente los
versos finales de Gente tranquilla.
El “cromo de Pokemon” es el
que te lleva dentro, pero también es la posibilidad
que está siempre presente en la vida humana.
Como escribió un lúcido Luigi Pintor, pocos días después de aquello en el manifesto: “las 97 cuchilladas y
aquel niño perseguido y ahogado en la bañera de su hermana me son
incomprensibles”. Más todavía: “Me da miedo porque me hace pensar que esta
´posibilidad´ está en nuestra
naturaleza. Un motivo o una circunstancia pueden, o no, traducirlo en un acto,
pero esta ´posibilidad´ existe per se.
Reconocerlo podría ser una ayuda, pero es una humillación que rechazamos”. La
referencia final del artículo se orienta a la tragedia: “Nos gusta el teatro de
Sófocles cuando el coro nos dice, más o menos, que muchas son las cosas
tremendas, y de todas ellas la más tremenda es el hombre. Pero, en la vida
real, tenemos inconvenientes; seamos más racionales y optimistas; llamemos a
esto un llanto griego”.
No he traído el cargador de
la batería del teléfono móvil que está descargándose. Me llama Giordano para
saber qué ha sucedido en Génova y si se han confirmado las noticias. No ha podido venir porque se encuentra mal,
muy mal. Son casi las seis de la tarde y no sé nada en concreto. Estamos
entrando en el estadio Carlini. Es español, no italiano: se llama Carlo y ha
muerto por disparos de la policía. Giordano, que me pregunta por Carlo, es el
primer recuerdo del G 8 de Génova, aquel de vosotros,
G 8; nosotros, sesenta mil.
El primer día, jueves 19 de
julio, estamos en la víspera de los trabajos de la Cumbre de los siete países
más industrializados del mundo (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino
Unido, Canadá) más Rusia. Es la tarde de la manifestación de los inmigrantes:
marchan unas cincuenta mil personas sin incidentes, como una gran serpiente
colorida y vivaz. Pero la ciudad está blindada en diferentes áreas. Hay una
“zona amarilla” con acceso limitado y una “zona roja” prohibida a los manifestantes:
toneladas y toneladas de hierro, cemento, alambradas para impedir las entradas
a los barrios … Son unos quince mil agentes de todos los cuerpos: carabinieri, policías de finanzas y
hasta los guardias forestales. Los únicos que faltan son los bomberos.
Por la mañana del viernes,
en Génova, se desarrollan diversas manifestaciones que se concentran y parten
de diversos puntos. Están los trabajadores en huelga y la Rete de Liliput, Legambiente
y la Fiom , el
Arci y Rifondazone, los Cobas y las Tute Bianche. Son los anti globalización.
Llegan también los black bloc que, en
la primera tarde –cerca de la estación ferroviaria de Brignole-- se enfrentaron
a un cordón de carabinieri lanzándoles
cócteles molotov y piedras. Después van a la cárcel de Marassi y siguen
enrabiándose. Al mismo tiempo, se tiran piedras contra Forte San Giuliano, sede
del comando regional de los Carabinieri. En todos estos casos, muchas
grabaciones y tomas fotográficas muestran
una ineficaz, tardía o inexistente intervención de las fuerzas del
orden. Lo mismo para los actos de
vandalismo en los alrededores de la piazza Giusti de la primera tarde. La policía se limita a pasar la información a
la central. Los carabinieri no llegan
a la piazza Giusti. Se detienen antes del paso subterráneo del ferrocarril que
separa corso Torino de corso Sardegna y cargan contra la manifestación
autorizada, la de Tute Bianche. Habían
arrancado del estadio Carlini y atravesado corso Gastaldi hasta la vía
Tolemaide: el objetivo era la plaza Verdi, querían invadir la “zona roja”.
También aquí continuaron los encontronazos. En la plaza Alimonda, a las 17,27,
caerá muerto Carlo Giuliani de un disparo de pistola de un carabiniere.
<<Bastardos, habéis sido los que le habéis matado con vuestras
piedras>> se grita instantáneamente. 23 años. <<Uno a cero para
nosotros>> será el eslogan durante el resto de la jornada.
El sábado es el día de la
última manifestación: la que organiza el Genoa social forum, que es la
coordinadora de todos los movimientos, sindicatos, partidos y asociaciones que ha puesto en pie los tres días. Se sale
de corso Italia para dirigirse a la zona de la
Foce. Son trescientos mil, pero el cortejo
se divide en dos. Gases lacrimógenos. Más violencia y más choques, muchos
choques. Una de las imágenes-símbolo de la jornada es la cara ensangrentada de
un adolescente de Ostia y de Alessandro Perugini, el número dos de la DIGOS [División de
investigaciones generales y operaciones especiales, n. del t.] de Génova que le
da patadas en la cara al joven, sujetado por otros agentes. Son tantas las
responsabilidades de la cadena de mando: sus nombres y apellidos son conocidos por
los procesos que se desarrollaron y sus sentencias.
La cadena de mando ordena el
asalto a la escuela Díaz en el barrio Albaro que el ayuntamiento ha cedido al
Foro social de Génova como media center
y dormitorio. Algo más que una “investigación” en aquella
noche. Es todo un parte de guerra: 80 heridos, tres con pronóstico reservado;
93 detenidos, de los cuales 80 no han sido convalidados por la autoridad
judicial. Las acusaciones de asociación para delinquir no han sido admitidas.
La cadena de mando se ha
instalado en el cuartel de Bolzaneto. Está repleta de gente: 240, de las que
184 están arrestadas, cinco están detenidos, 14 pendientes de libertad; según
algunos testimonios serían en total 500 personas detenidas. De las actas
procesales hay acusaciones claras en los choques con las fuerzas del orden:
violencias físicas y psicológicas, así como la falta de respeto a los derechos
legales de los imputados, obligados a permanecer de pie durante horas con las
manos en alto, sin la posibilidad de ir al retrete ni de recibir atenciones
médicas. <<Ahora hemos vencido en las elecciones, ganaremos las
elecciones>> es una frase repetida en ese cuartel.
Para Amnistía Internacional,
el G 8 de Génova ha sido “la mayor suspensión de los derechos democráticos en
un país occidental tras la
Segunda guerra mundial”. Estos hechos son indelebles, a los
ojos del mundo son irrelevantes las decisiones que han tomado los ocho grandes.
<<No suele pasar que
en política asistir a un choque donde el mal y la razón están netamente
separados en dos campos. Génova 2001 fue eso, pero se resolvió con una amplia
victoria de la política mala sobre la buena.>> Es lo que escribió Curzio
Maltese en Repubblica. Por un lado, las ideas de aquel movimiento;
por otro lado, la criminalización de aquel movimiento, estigmatizado como
heraldo de violencia. Aquellas chicas y chicos perdieron su inocencia: fueron
derrotados en toda regla, a pesar de que, en años posteriores, hubo una
continuidad de iniciativas y movilizaciones. Se trata de aquellos tres años de
los movimientos que la socióloga Donatella della Porta, en varios viajes y
conferencias, ha identificado como 2001 – 2001: desde el G 8 de Génova, el Foro
Social Europeo de Florencia, las huelgas contra la eliminación del artículo 18
del Statuto dei lavoratori a las
manifestaciones contra la segunda guerra del Golfo. Pero queda la huella de
aquella herida abierta.
La ferita, así se titula el libro de Marco Amorisio que falleció diez
años después de Génova 2001. ¿Un sueño roto de los antiglobalización italianos?
<<Con todos sus límites ha sido el movimiento de protesta más lúcido y
propositivo de los últimos veinte años. Sin embargo, de aquel verano se
recuerdan solamente la muerte de Carlo Giuliani, las violencias en la Escuela Díaz y Bolzaneto. No
otras cosas. La violencia eliminó incluso las razones, y quizá algunas de ellas
no eran válidas. Lo explica lo que ocurrió después, ampliamente previsto en los
documentos del controvertido G 8. En
Punta Vagno se habló del posible estallido de la burbuja financiera, de la
crisis de la economía internacional, de la especulación de los productos
agrícolas, del agua como un bien a salvar de un proceso de privatización que hoy tiene plena actualidad. Fueron
análisis proféticos, aunque no encontraron soluciones compartidas a los
problemas que se plantearon. Pero que indicaban que aquel movimiento no fue una
protesta estéril. Todo fue barrido.>>
¿Y la política de los
partidos? Imarisio, y tantos con él, reconoce al secretario de Refundación
comunista, Fausto Bertinotti, de haberlo intentado: de encontrarse y
contagiarse con los movimientos sacrificando una parte de su historia personal,
promoviendo el giro de la no violencia, renunciando definitivamente al
comunismo del siglo XX, anunciando que dejaba el testigo a la “generación de
Génova” durante el Congreso de Venecia (2005).
Sin embargo, para Imarisio el balance no es positivo, todo lo contrario:
<<El único problema era la fecha. Demasiado tarde. La generación de
Génova volvió a casa, la transición fue incompleta.>> Una ocasión fallida (y tal
vez no sólo una).
11 de septiembre, apenas 50
días después del G 8 de Génova.
<<Me he despertado
esta mañana antes de que sonara el despertador.>> Un pensionista vive en
un apartamento no muy distante de las Torres Gemelas. La casa está vacía. Este
hombre se pasa toda su vida hablando con su mujer y cuidando un jarrón de
flores en la ventana. Sus flores estaban ya marchitas, les falta luz. La mujer
de su vida ya no está, se murió. Hace las cosas de todos los días. La
televisión siempre está encendida. Son las ocho, todavía no hay luz. <<Y
Dios hizo la luz.>> Hace las cosas de todos los días. La barba la tiene
ya espesa, come, acaricia la parte de la cama que le falta. Los recuerdos, las
charlas. <<Los ricos. Un montón de gente que presumen de dinero.>>
El derrumbe de las Torres Gemelas inundará de luz el apartamento haciendo
resucitar las flores. <<La luz … mira, tus flores… amor … mira.>>
Pero ella no está. La decepción. Sean Penn es uno de los muertos de la película
11 de setiembre 2001. Esta historia
la ha contado este film.
Martes. Nueva York. Zona sur
de Manhattan, dos aviones desviados de su ruta destrozan las Torres Gemelas,
dos rascacielos de 110 plantas. Un tercer avión contra el Pentágono, un cuarto
se estrella en Pennsylvania antes de atacar al objetivo. Entre las 8,46 y las
9,43: en una hora. Las víctimas son más de 3.000 de 70 nacionalidades
diferentes.
Ha sido Al Qaeda, ha sido
Obama Bin Laden. Son los talibanes. En septiembre, el ultimátum; en octubre,
los bombardeos angloamericanos. Incluso Italia participa en el conflicto;
zarpan de Taranto 1.400 soldados de la operación Enduring freedom. En
diciembre cae el gobierno de los talibanes y Bin Laden huye. Lo matarán las
fuerzas especiales de la marina estadounidense diez años después, en 2011,
cerca de Islamabad. Sigue la guerra en Afganistán.
Septiembre elimina a julio.
La violencia de septiembre elimina la violencia de julio. Muchos han hablado
–durante los días del G 8 y de la reacción al hundimiento de las Torres— de
episodios de guerra civil dentro de un único orden global. Ya no hay Estados
imperialistas en conflicto entre ellos para acaparar los recursos (como el
periodo que está a caballo entre finales del siglo XIX y el inicio del siglo
XX). Tras el hundimiento del comunismo se ha instaurado progresivamente un
único orden global con sus sistemas de control y opresión. Se trata de la
transformación del policía en militar y viceversa: está claro con la matanza de
Génova, es evidente con los bombardeos a Kabul, Kandahar y Jalalabad. Y las
acciones terroristas están dentro de ese sistema, no fuera. Ya no hay un dentro
y un fuera. “Policía internacional” contra el enemigo de turno. Así se alimenta
la espiral guerra – terrorismo. Es un círculo vicioso: la violencia de la
guerra y el terrorismo de la violencia.
Vuelve la violencia como posibilidad: del hombre como individuo,
de los hombres organizados. Violencia, al fin (o quizá al principio) significa
seguir, sobrevivir. Probablemente esto es el tema que pone en
común todos los acontecimientos de este año. Una cuestión paradigmática. Dejemos
que Elías Canetti hable por nosotros: <<El terror suscitado al ver a un
muerto se resuelve después satisfactoriamente porque quien mira no está muerto.
El muerto yace, el superviviente está de pie como si hubiera habido una batalla
y el superviviente hubiera matado al muerto. En el acto de sobrevivir, el uno
es el enemigo del otro [ … ] La forma
más baja de sobrevivir consiste en matar.>>
(*) http://www.youtube.com/watch?v=u09XKqD7BqM [Nota del traductor, José Luis López Bulla]
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